A lo largo del último tercio del siglo XIX, momento en el que prosigue la tradición formada en el Romanticismo por Pérez de Villaamil y sus seguidores, el paisaje conoció un amplio desarrollo. El pintor más relevante en esta época en el arte del paisaje fue Carlos Haes, 1826-1898. Belga de nacimiento y formado fundamentalmente en su país, Haes se nacionalizó español y concurso en las exposiciones nacionales de pintura, donde ya en 1856 obtuvo máximos reconocimientos. Fue catedrático de la asignatura de paisaje en la Real Academia de Bellas Artes San Fernando de Madrid, donde formó a gran cantidad de artistas que siguieron sus orientaciones, creando una escuela paisajística propiamente española. Su visión exacta y objetiva de la realidad describió con fidelidad la geografia hispana, mostrando especial predilección por los escenarios de montaña; aunque en ocasiones plasmó también escenarios más austeros y sobrios como los paisajes castellanos. Por lo general, sus obras presentan una paleta apagada, paulatinamente aclarada y un dibujo marcado y severo.
Discípulo de Haes fue el santanderino Agustín Riancho, 1841-1929, quien se formó en Madrid y después, siguiendo consejos de su maestro, estudió en Bélgica, donde se inició como pintor. En su madurez, ya en su tierra natal, llevó una vida sencilla, vinculada al trabajo agrícola y a la pintura de los escenarios naturales cántabros, que dan a sus obras una marcada personalidad.