Datos:
ALONSO MIGUEL DE TOVAR: Higuera de la Sierra (Huelva) 1678 – Madrid 1752.
Fue el más brillante retratista en la Sevilla de su época -a dónde se trasladó en 1690- y el pintor más representativo de la generación que se formó en el barroco castizo.
Fue seguidor aventajado de Bartolomé Esteban Murillo (1618-1682), imitador suyo, y uno de sus mejores copistas hasta el punto de confundirse ambas autorías. Así a Murillo se le ha atribuido durante años la “Inmaculada” de la Catedral de Cádiz y una “Aparición de la Virgen a San Pedro Nolasco”, mientras que un San Agustín pintado por Murillo fue restaurado por Tovar, a cuyo pincel se debe también el tercio superior del lienzo.
Tovar, al igual que otros pintores de la época, como Domingo Martínez o Bernardo Germán Lorente, empleó un nuevo lenguaje creado por la fusión de las formas tradicionales propias del estilo de Murillo y las novedades importadas por los pintores extranjeros que se instalaron en la Corte, pero a diferencia de ellos Tovar fue un artista polifacético, siendo tanto uno de los mejores copistas de Murillo como también un brillante retratista. Ambas cualidades le abrieron las puertas de las casas sevillanas y luego le llevaron a Madrid.
En la capital hispalense el arte de Tovar alcanzó una gran popularidad desde que, en 1703, Fray Isidoro de Sevilla le encomendó llevar al lienzo el modelo iconográfico de la Divina Pastora de las Almas según sus instrucciones. Ese mismo prototipo sería repetido por Tovar en 1732 por encargo del rey Felipe V.
En Sevilla hizo abundantes reproducciones de la pintura de pequeño formato de Murillo y sobre todo algunos de los retratos más importantes. Entre éstos ha de destacarse especialmente el del anónimo Niño del Museo de Colonia. Y de las copias del maestro, su Autorretrato y la Virgen de la Faja. Junto a estas series hay que mencionar la pintura de devoción, que gozó de extraordinaria popularidad, resaltando especialmente un tema religioso en cuya génesis estuvo implicado: el de la Divina Pastora.
Tovar obtuvo el rango de pintor regio, coincidiendo su nombramiento con la estancia de la nueva Corte borbónica en Sevilla de 1729 a 1733, contribuyendo a ello la decisión de Isabel de Farnesio, gran admiradora de Murillo, tras tener noticias de que había en Sevilla un gran imitador de éste.
En la Corte trabajó para los reyes y su séquito, e incluso para algunas de las más importantes familias madrileñas. En el taller de palacio estuvo a las órdenes del primer pintor de cámara Jean Ranc y Michel-Angel Van Loo. Con ellos conoció el “retrato de aparato” de la escuela de Rigaud. Desde esta nueva perspectiva pintó a la primera marquesa de Perales, al VIII marqués de Villena y el retrato de Felipe V.